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101 TÍTULOS DE CRÉDITO (3) «EMANUELLE Y LOS ÚLTIMOS CANÍBALES»

La combinación de sexo y violencia, siempre ha sido un tema de especial arraigo en la explotación cinematográfica. Si bien el mundo se regodeó con el pornochik de la serie Emmanuelle, donde a los espectadores sensibles se les daba la oportunidad de sacar el volleur que ocultaban en el armario, con la excusa de haber encontrado la delgada línea que separa el erotismo de la pornografía.  Jactándose de la cuidada plasticidad de una obra donde se mimaban los aspectos técnicos, como la música o la fotografía y donde se tenía muy en cuenta hasta qué punto se debían acotar las escenas sexuales, para que el sensible espectador no se creyese ubicado en una mugrienta sala «X».

El éxito de Emmanuelle, llegó a convertirse en toda una franquicia, para ello, bastaría con alterar las letras del título original, para que no existiesen reprimendas jurídicas por parte de las productoras y el espectador acudiese engañado a la sala, a expensas de un nuevo capítulo de féminas en ardiente fregoteo, en paradisíacas islas.

A pesar de ello, el exploit fue degenerándose, hasta el punto en que llegó a coincidir con los populares Mondos, que a modo de reportaje, mostraban al espectador con pelos y señales las humillaciones perpetradas por los blancos en la África negra, al mismo tiempo que se recreaban con (reales) vivisecciones de animales y (ficticias) torturas a nativos e ingenuos exploradores. Así que algún perro viejo decidió hermanar el género Mondo con el pornochik de Emmanuelle. Para ello,  Joe D’amato alteró el título original de la serie en la que Sylvia Krystel erotizó a toda una generación -a la par que popularizó los tronos de mimbre- y se sacó de la manga un sub-producto al que tituló Emanuelle y los caníbales (Observen la desaparición de una «m»).

La aparición de sus títulos de crédito en esta sección, no es más que una mera excusa para hablar del tema, ya que los planos aéreos de Manhattan, utilizados para esculpir los nombres de los creadores de la obra, servían para poco más que inflar el metraje lo máximo posible y conseguir, a trancas y barrancas, llegar a los 90 minutos de saludable diversión que el espectador exigía a cambio de su entrada.

Por si esto les sabe a poco, aquí pueden encontrar una pequeña galería de imágenes de la película.